Cuarto: Un castillo sin acceso.
Del barrio Polaco ya habían incautado tres tiendas clandestinas donde vendían los antidepresivos que generaban adición. Al menos 200 kilos de este fármaco, ninguno con las licencias, todos de contrabando, todos desde aduana. La cosa en realidad ya se había calmado bastante, y mi trabajo seguía siendo tan lineal como siempre, para mi suerte…
Me estaba encargando de algunos casos parecidos en otras ciudades con las mismas características geográficas, lo mío era la tendencia, entonces me venía muy bien. Pareciera que el tema de estos medicamentos está mucho más avanzado de lo que creíamos, nuevamente estábamos al último lugar en temas de investigación.
Camino a casa pude ver el atardecer. Desde hace mucho no salía un viernes temprano. Pero vaya que a veces uno se distrae con las cosas que están allí todo el tiempo, y que por alguna razón no las vemos, o tal vez las ignoramos. La cosa es que había un día acogedor. Aún eran las 3:00 pm y decidí ir a por un libro en la pequeña librería del centro. La librería del centro tenía tres niveles. El primero era donde podías encontrar todos los best sellers. Allí podrías buscar por género, año, ciudad e incluso por número de ejemplares vendido, realmente era una maravilla el primer piso. El segundo piso era más histórico. Tenía paredes repletas de viejos vinilos, pequeñas entrevistas a autores famosos. El piso era azul y no tenía mesas, únicamente sillas que daban a la pared o bueno, ventanal. Desde allí podías observar todo el casco histórico de la ciudad. El tercer piso únicamente tenía novelas y era mi lugar, ya que nunca me había permitido revisar los libros de los pisos previos. Siempre llegaba a este piso como un autómata, siempre recorriendo los mismos pasillos y esta no sería la excepción. Camine por todos los pasillos. Comprobaba las portadas y el reverso. Quería leer algo de suspenso, quería leer algo que me atrapara o al menos me recordara lo bueno que puede ser compartir un sofá con un montón de hojas comprimidas y llenas de letras.
Ya tenía dos libros en las manos, pero aún sentía que no había encontrado algo que realmente me matara; los libros que no te matan tienen un ritual, y este consistía en leer las primeras diez páginas.
“No sé si para esta carta deba o no utilizar paréntesis, al día de hoy no sé si son signos de puntuación o simplemente burbujas para diferenciar lo que escribes de lo que quieres decir… De cualquier manera, siento una enorme necesidad de contar lo que aquí sucede”
Leer esto me hizo parar. Mire por la ventana un poco, era solo el preludio de un libro, pero por alguna razón me había desconcentrado. Observe los edificios viejos, todos llenos de balcones, todos llenos de madera y con acabados en ladrillo. Mi teléfono sonó, era un correo de Monique.
Solo decía “Hola”.
Monique y yo habíamos acordado encuentros esporádicos, de esos que no tienen un precedente ni una consecuencia, o al menos eso creíamos. En aquel entonces Monique tenía pareja. Su novio lo había conocido en la universidad y para cuando tuvimos el primer encuentro, ambos estábamos al tanto de la situación de cada uno. Por mi parte, mi relación estaba basada en un cactus que yacía en el inodoro de mi departamento, era mi única relación y hasta el momento la más larga.
Nuestro primer encuentro fue en una cafetería. Leímos, hablamos, discutimos por los gustos y los libros. Aquella noche ambos concluimos que debíamos repetir estas salidas y, sin importar lo que hiciéramos o no, nadie debía saber que lo hacíamos, éramos dueños de nuestro secreto. Tuvimos varios encuentros, algunos en el teatro, otros en el parque. Algunas veces nos vimos al caer la noche, y a veces a la hora del almuerzo. No había horario, no había protocolo, simplemente nos veíamos y hacíamos algo.
Ya llevábamos al menos tres meses saliendo. Ella apagaba su celular y yo colocaba el mío en modo avión. No me había dado cuenta de que entre todas las salidas aún no conocía el sabor de sus labios, aún no había acariciado sus hombros, aún no había tocado sus mejillas, y es que nuestros encuentros eran muy íntimos, pero no sexuales. Lo de nosotros era ser sencillos, ser quienes quisiéramos ser, y en ese punto, yo no sabía si me coqueteaba, era una buena amiga o, por el contrario, era su amante, aunque esto último era muy poco probable, al menos visto desde el punto tradicional. Monique no tomaba mi mano, nunca dio pie para que la besara, sin embargo, no dudaba un instante en mirarme y sonreír. Cualquier situación era nuestra y la forma de reconocerlo era mirarnos por un instante y reírnos, reírnos de esa confidencialidad que teníamos. A veces las personas no entendían por qué nos reíamos o hacíamos referencias internas. En ese punto, yo lo tomaba como una buena amistad, más allá de lo que pudiera imaginar.
A Monique le propusieron matrimonio a los ocho meses de nuestro intercambio en la cafetería. Se casó a los quince meses de la propuesta, nos vimos por última vez cuando cumplió su primer año de matrimonio. Antes de vernos por última vez, nuestra relación ya había cambiado mucho. Solo nos veíamos al caer la noche, solo los viernes, solo en mi departamento. Siempre se encargaba de llevar la comida, siempre era en la sala, yo en un sofá para tres personas, ella en una poltrona. Colocábamos alguna película o un disco, y la escuchaba por horas hablar de todo aquello que la ahogaba, de lo difícil que era estar casada y de lo complejo que era la convivencia. Así pasaron muchas noches y yo, aunque no estaba complacido, tampoco estaba molesto, simplemente sentía un deber de estar allí, escuchándola, aun cuando ya no éramos nada de cuando habíamos empezado ni de lo pudo ser.
Una noche me contaba acerca de cómo había dejado la lectura a un lado.
—Odio no volver a leer, odio que ya no tengo páginas para mí, para fantasear-
—¿Te importaría leerme algo? Lo que sea, algo que te guste-
Me levanté y tomé un pequeño libro de pasta amarilla. Era un cuento peregrino de dos jóvenes que construyen castillos al pie de una bahía.
—Pero el castillo aún no estaba completo, no, pues la corriente aún alcanzaba las torres principales, no había nada que las protegiera. El pequeño charles tomo su pala y empezó a cavar un túnel. En poco tiempo ya tenía todo un sistema de canales que podían drenar la marea más alta que lograba tocar esta orilla, pero había un problema, estos canales venecianos dejaban totalmente aislado el castillo y entonces ¿Qué sentido tenía construir el mejor castillo si nadie podía entrar a él, si nadie podía salir de él? Los pequeños se habían preocupado tanto en proteger su construcción, que olvidaron lo más importante, tiene que ser habitable, alguien tiene que poder contemplarlo, alguien tiene que poder entrar-
Seguí leyendo por un rato y antes de acabar el capítulo cinco, Monique me interrumpió
—¿Por qué tienes que ser mi paréntesis?-
—¿Por qué la intimidad nunca fue un pilar para nosotros?-
Coloque el libro en una mesa.
—La intimidad no ha sido esquiva con nosotros, al contrario, no la hemos necesitado, porque en nuestros encuentros hemos podido saciar eso que cada uno quiere del otro. La intimidad no es que te vea desnuda, es que si decides desnudarte, no va a importar-
Aquella noche hicimos el amor, lo hicimos como debió ser desde el primer día. Paso el resto de la noche en cama y solo se levantó para que le siguiera leyendo. Monique y yo habíamos dado un paso importante, uno que se demoró mucho, tal vez porque no era urgente, tal vez porque no era indispensable, pero sin duda lo habíamos disfrutado. El sol ya se asomaba entre el cielo y llego ese momento que temía, pero que tenía claro que pasaría.
Nos dependimos, prometimos que esto no podía volver a pasar, pero peor aún no podíamos seguir viéndonos. Al parecer si eres el amante de una mujer porque le mueves el mundo, porque estás a tono con su deseo intelectual, o simplemente te apoderas de su tiempo cuando están juntos, eso no está mal, pero si ambos se desnudan y revuelcan las sabanas, entonces eso si es grave y allí tienes un gran problema moral. Ahora que lo pienso, alguien puede ser el amante de una mujer de muchas maneras. Pueden poseerse el uno al otro de muchas maneras, pero la única que se toma en serio es la física.
Monique decía que esto era una infidelidad, que esto de la carne nos hacía amantes, como si leerle en la noche, y conocer todo lo que esconde su vida ya no lo fuera.
Revise de nuevo el mensaje y le respondí
“Hola, ¿cómo va todo?”
Tome los libros y me dispuse a pagar. Bajando las escaleras volví a reflexionar sobre aquella época donde Monique y yo podíamos saber todo el uno del otro con solo mirarnos y sonreír. Hoy solo éramos un mensaje en la bandeja de entrada, un mensaje lleno de intriga, lleno de prudencia. Uno que por más vació que fuera, era el pilar que nos permitía seguir sabiendo el uno del otro.