Segundo: Los antidepresivos y la pizza en el horno.
Una botella con aceite refrito era el aderezo perfecto para mis huevos con bacón; un vaso de jugo y media tostada de pan integral. Camino a la oficina vi que un ciclista se había comido el semáforo, con todos los cadáveres que se han levantado el último trimestre, lo menos que uno espera es tener que traer al equipo forense por una puteria como estas. Llegue al departamento y me estacione en el B2 el mismo de siempre, el mismo desde hace ya varios años. De nuevo deje el auto que no podía permitirme y coloque en el elevado el piso siete, el piso donde trabajaba desde siempre.
-¿qué ha pasado de nuevo?- Pregunte.
-No mucho, hemos cerrado el caso de anoche, pero quiero que veas esto. Sé que lo tuyo no son los intentos de homicidio ni los asesinatos premeditados, pero esta mañana un tendero ha disparado a un borracho en la pierna, la ambulancia ya ha llegado; en la chaqueta ha encontrado las mismas pastas que vimos anoche ¿alguna señal?-
Abrí mi computador y me puse a investigar. Resulta que el nombre genérico del Prozac es la Fluoxetina y entre sus tanto usos en la calles, médicamente es un antidepresivo ¿pero cómo un antidepresivo te deprime hasta morir? La verdad no lo entendía así que fui a ver a un viejo amigo, era veterinario del zoológico central, pero tal vez podría ayudarme.
-A veces cuando los lobos no quieren aparecer, sobretodo en temporada de vacaciones, les damos media pasta de éstas junto con la carne. Al parecer en pequeñas dosis puede generar sensibilidades tal que la oscuridad los perturba y el ruido los pone muy activos-
-Dudo mucho que estas personas rindan media pasta con su comida de las doce-
-No lo sé, aquí no se nos permite utilizar más que la dosis que te acabo de decir, y de verdad, nunca hemos intentado, la asociación de protección animal hace auditorias periódicas, y algunas sorpresa-.
-Vale Guille, gracias por tu tiempo-
Enseguida me ha sonado el teléfono, parece que un viejo tubo del edificio se ha roto y quitaran el agua por dos días. Qué más da...
Alguien ya me había dicho que en barrio polaco se podían conseguir medicamentos sin prescripción, seguramente las pueda conseguir allá.
Estacione el auto frente a un puesto del tren. Las calles eran un poco más grises que el resto de la ciudad. Los niños montaban bicicleta pero lo hacían con una cara que denotaba de todo menos felicidad. Entre en una pequeña pastelería y pedí un café, un bizcocho y dos servilletas. La ventana daba a la avenida principal; los autos se parqueaban de ambos lados y una pila de periódicos yacía al lado del hidrante. Una joven señorita de pelo castaño y rulos a la altura de las orejas me trajo la carta.
-El arroz con salchicha es nuestra especialidad- sonrió mientras hacía cara de no tener mucha hambre.
-Te traeré entonces un poco de pastel de higos, y este va por cuenta mía-
Pronto empezó a llover y algunos niños se refugiaron bajo el techar de las tiendas; el dueño de la pastelería los ahuyento, al parecer las aglomeraciones en la entrada no ayudan de nada a la clientela.
-¿Qué tal ha estado el pastel?-
-Bastante bueno, creo que comprare la membresía-
Ella sonrió, pero supe entonces que no había entendido el comentario.
-¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Cómo es que en este barrio no hay ni un solo borracho?-
-Pues es que ahora mismo está lloviendo, pero por lo general se hacen a dos cuadras, allí quedan varios parques, ningún niño juega en ellos, la policía está en paz con los habitantes de allí-.
La lluvia no paraba, pero su intensidad si había bajado. Me dispuse a ir a aquel parque, algo debía encontrar, por cierto que al no ser del cuerpo policial, no portaba armas, solo mi poder de convicción y mi algoritmo. El parque estaba vacío al igual que las papeleras, al parecer era mucho más práctico dejar las botellas en el césped. No encontré nada, solo jeringas, papeletas y unas botellas de whisky barato.
Camine pausadamente al automóvil, abrí la puerta y me dispuse a dar reversa; enseguida alguien golpeo mi maletera. Abrí la puerta y revise. Un hombre de al menos treinta años estaba acostado, descansando, y la sombra le refrescaba (o lo alejaba de la lluvia) daba igual.
-¿Pero qué hace usted allí? esta no es la suite del hotel-.
El hombre se levantó lentamente, enseguida note que en su mano derecha una maraca de pastillas sonaba al son de la lluvia.
-¿Qué es esto? sabe que soy policía, esto es una requisa-.
-Tranquilo, solo me ha pillado en medio de una siesta. Cuando la angustia te mortifica, estas bebes son la única almohada que te dan descanso-
No eran Fluoxetina, eran bupropión, un antidepresivo más fuerte pero de menor calidad, le conocía porque mi madre las tomaba.
-¿Quieres una? se ve que tu vida es una mierda... también-.
Tome el auto y revise el móvil, no tenía llamadas ni mensajes, ojala esta noche fuera más tranquila. Camino a casa no pude dejar de pensar "¿es ahora el antidepresivo la droga de moda del sur de la ciudad? tal vez estamos todos locos". Llegue a casa y encendí la televisión; el mismo programa de todos los miércoles, la misma farándula. Tome un poco de jugo y saque una pizza de congelador. Mientras el horno sonaba, revise algunos correos, nada raro; algunas promociones en ropa del CC del occidente; una invitación al meeting de yoga y una presentación para el asilo de ancianos.
Comí dos pedazos; iba a lanzar el resto de pizza al basurero, me detuve; abrí la tapa del horno y la coloque allí, ya tenía resuelto el desayuno de mañana. Cepille mis dientes y antes de dormir revise de nuevo el correo, no había respuesta de Monique.
Nuestra historia no era muy compleja, pero aun en la simplicidad terminó convirtiéndose en un vaivén de correos, algunos son el hilo de la conversación, otros con temas aislados.
"Este día es extraño, he descubierto que los antidepresivos son más populares de lo que creía entre el mundo de los dealer ¿pasa algo parecido en Austria?"
ENVIAR.
Dormí durante veinte minutos pero el sonido de una alarma disparada me despertó. Había dejado la tv encendida pero la computadora también. Antes de cerrarla refresque la bandeja de entrada pero no había correos. Tape la computadora y tome el celular; busque su contacto y escribí "Hola" No lo pude enviar, no quería romper nuestro protocolo de conversación, de alguna manera creía que hablar por correos era nuestra forma de comunicarnos, era lo nuestro, como si fuera lo único que especial que quedara entre los dos.