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Capitulo cuarto: "Alma joven".


Eran las tres de la madrugada, un pequeño reloj de pared lo anunciaba. Mire por la ventana de su cuarto, me levante e intente abrirla. No había muchas estrellas en el cielo, tampoco nubes, solo una capa oscura que cubría toda la ciudad. Los edificios eran todos iguales pero también eran diferentes. En cada edificio hay más de mil historias. A menudo, cuando voy por la calle observo edificios bonitos, algunos son muy altos, otros simplemente tiene mucho estilo, pero nunca me detengo a pensar en quien los habita ¿Que historias contara? ¿Cuantas ventanas han sido fieles cómplices de sucesos incontables? ¿Cuántas familias se han construido o separado en cada piso, en cada habitación, en cada edifico? Es extraño y a su vez obvio. Vamos por la vida viendo solo fachadas, viendo solo aquello que resalta más, aquello que es más cómodo de conocer.


Elizabeth me pidió entre dormida que cerrara la ventana. La cerré, le coloque otra sabana encima y camine hacia su sala. Un libro pequeño descansaba sobre una repisa con una pata chueca. Lo tome y abrí una página al azar. Habían pequeñas notas de lo que se podía considerar una carta, no fui capaz de leerla. Camine entre la casa, observe algunas figuras en su biblioteca. Revise muchas fotos y entre tantos libros elegí el que tenía la cubierta color verde militar. Abrí la primera página, estaba en blanco, pase un par de hojas y descubrí que estaba en un idioma que yo no conocía; ese libro tal vez era hindú o de algún país asiático, daba igual, no podía descifrarlo. Decidí que no tenía que revisar más cosas de su casa. Fui a guardar el libro y después volví a la cama. Aún seguía dormida, yo me quede por unos minutos en el borde de la cama observándola. A veces puedo ser muy tétrico, lo sé. Agarre una almohada y me quede dormido mientras observaba por la ventana.


Me despertó una suave música que se escabullía entre la sala y la habitación. Me levante y camine hacia la columna que dividía ambos espacio del apartamento. Allí estaba, estirando y calentando. Tocando la punta de sus pies con su mano derecha, con los ojos entrecerrados y con esa música donde el cantante brilla por su ausencia. Observarla me llenaba de paz, de una paz que no sentía desde hace mucho tiempo. El sol ya se había asomado desde temprano y los rayos rebotaban en el piso de madera, y allí estaba ella, girando, saltando, bailando. La magia ocurre cuando una persona puede hacer de lo más simple algo maravilloso. Yo seguí observándola durante unos minutos hasta que sentí que era necesario arreglar la habitación donde había pasado la noche.


No había detallado esta habitación la noche anterior, creo que la oscuridad siempre esconde grande intimidades mientras deja al descubierto otras. Había un pequeño radio con antena, de estos que tienen un modulador doble para tomar las emisoras Am y Fm. Era de madera oscura y con bordes dorados. En la parte posterior tenia algunos stickers de viejas series, era obvio que este radio seguro representaba parte de su infancia o adolescencia. No me gusta esta palabra "Adolescencia", todo aquello que viene después de esta palabra se siente adulto, mayor, anciano, y yo no me sentía viejo. Yo no me sentía anciano, pues aunque no me he caracterizado por ser la persona más joven, no sentía que en mi vida la vejez estuviera cerca. Elizabeth era mucho más joven que yo, al menos era muy notable cuando hablabas con ella. Era un alma joven, una persona que te cambiaba la vida con una sonrisa, una persona que aun mostraba una mirada ingenua. Arregle la cama, recogí la ropa y hasta abrí la ventana. Me quede un momento observando el panorama, la ventana era un buen lugar para hacerlo. Elizabeth seguía en lo suyo, y yo no quería que parara, tal vez ver a una persona haciendo de lo más común algo increíble era algo inusual. Creo que esto ya lo había pensado antes, si, cuando la espiaba tras una columna.



Elizabeth y yo nos despedimos. Salimos al tiempo del apartamento y cada uno tomo direcciones opuestas. Ese día yo no lo quería olvidar. No por la euforia y la pasión de la noche. No, no lo quería olvidar porque había visto lo más íntimo de una persona. Porque había observado como las cosas más sencillas pueden llegar a cambiarte el día, el instante, el universo. Ese día volví a casa con una extraña sensación, una sensación que no me hacía mal pero tampoco me cambiaba la vida, tal vez solo estaba un poco desencajado. Comí un poco, dormí otro tanto; después de la media noche me desperté. Un insomnio invadía mi tranquilidad y ahora, un nerviosismo continuo me hacía revisar el teléfono cada dos minutos. Odie estar así, no podía soportarme. Es horrible cuando el pensamiento te invade y no te deja dormir. Es aun peor, cuando descubres que está pasando esto. Elizabeth había entrado a mi vida, y no lo digo porque antes no lo estuviera. Aún recuerdo las visitas a la pequeña tienda, las carreras en el parque intentando encontrarla. Sin lugar a dudas, Elizabeth esta en mi vida desde hace ya mucho tiempo, pero ahora es distinto. Elizabeth se había apoderado de mi subconsciente y ahora estaba allí, quitándome el sueño, invadiendo mi pensamiento. Había desempacado en mi vida y yo, aunque lo celebraba con mi sonrisa, en el fondo lo detestaba.


Yo aún no lo entendía por completo, pero me estaba enamorando. Si, deseando verla y a la vez odiando pensar en ella...


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