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Capitulo tercero: "Dos metros de Ballet"



Fui hacia la tienda y pensé que quería saber que tenía para decirme, no importaba si era una tontería; en la vida yo había dejado que las tonterías me alejaran de las cosas importantes, decidí que esta no sería una oportunidad más. No hubo tanto drama, creo que fue menos del que quería; al entrar a la tienda Elizabeth estaba allí, sentada en una silla de madera, con su teléfono en la mano y de espaldas a la puerta, ¡Vaya! Eso sí me tomó por sorpresa, ella estaba a menos de cinco cuadras de mi casa y yo había dejado pasar un montón de horas para venir a buscarla, pero así es la vida, tal vez acababa de llegar, tal vez tenía que ser a esta hora.


-Eres un idiota ¿Lo sabías?-.

- Si, es un don-.

Ella sonrió y reviso su celular, enseguida me llego un mensaje "Estoy en la tienda, te espero". En ese momento mi sonrisa no tenía principio ni fin. Ambos empezamos a reír como un par de niños que comparten una golosina. La tome de la mano y le dije "Vámonos de aquí".


Caminamos por el centro de la ciudad, no hablamos mucho pero estaba bien. Era la primera vez que tomaba su mano, en realidad era la primera vez que tomaba de la mano a una mujer en mucho tiempo. Creo que se sintió muy bien. No quería pensar en el pasado, solo quería recordar cuál había sido la última vez que me sentí tan a gusto con una personas al hacer "nada". Pasamos algunas calles y llegamos a un pequeño restaurante, no era muy llamativo pero la iluminación era la ideal. Pedimos un poco de comida mientras una pequeña vela nos acompañaba en la mesa.


La noche aún era joven pero por alguna extraña razón, no debíamos hacer nada que desdibujara esta paz que sentíamos el uno con el otro. Quise explicarle por qué no había contestado. Ella no quería explicaciones hasta que le mencione sobre la melodía. "Quiero escucharla", me dijo con total concentración, yo no supe qué responder. Pagamos la cuenta, caminamos por la acera de la derecha y llegamos a mi edificio. Lo bueno de un ventanal es que puedes ver cómo saluda el sol, pero a la vez te aíslas, no escuchas los sonidos de la ciudad, simplemente observas.


Ya era de mañana. Cuando desperté no vi a Elizabeth. No me pareció extraño, yo había dejado pasar una oportunidad (O al menos eso creía) Me levante, me quite la camisa y mire un rato más el ventanal. Me cepille los dientes, revise el celular pero ella no había escrito nada. Escribí algunas palabras pero al final no le envié nada. Desayune en la cocina, tome un poco de agua y me levante. Quise tocar el piano, así sin camisa, así sin bañarme sin pronunciar una sola palabra. Cuando me senté y abrí el piano vi una hoja doblada, ¿Sería una carta de Elizabeth para mí? No fue así, pero tenía un borrador de la melodía casi terminada. No lo había notado, pero anoche no había escrito una sola nota, simplemente la observaba y la escuchaba. Algunas veces no nos damos cuenta de lo obvio, a veces está en nuestras narices y no lo podemos agarrar. Lastimosamente no a todos nos dejan una hoja con las notas marcadas.


No había sentido tanta molestia desde hace años. La


última vez que la había sentido ya ni la recordaba. Me bañe, me vestí y me dispuse a buscarla ¿Que se había creído? Yo no necesitaba que me dejara una nota, yo no necesitaba que me recordara como se toca esa estúpida melodía. Llegue a la tienda y ahí estaba ella ¿Por qué siempre estaba afinando un instrumento? ¿Por qué siempre que lo hacía, lo hacía con un vestido?


-¿Podemos hablar?-


-Dame unos minutos, ya casi voy a terminar-


Yo espere, pero mientras lo hacia mi rabia se difuminaba, solo podía observar como hacia magia mientras hacia las cosas más sencillas.


-Ya casi voy a terminar-


Yo no respondí nada. En ese momento entendí que la mejor lección que se le puede dar a una persona molesta es responderle con serenidad. Ella me hacía esperar y la verdad eso no me molestaba al contrario, la veía y se me olvidaba todo, había olvidado que me había impulsado a venir aquí, pero aquí estaba, observándola, apreciando como hacia sus cosas, esperando que terminara.


-Ya he terminado ¿Quieres ir por un café?-

-Sí, creo que está bien-


Le abrí la puerta, y salimos de la tienda. Ella tomó mi mano y yo sonreí; es increíble como muchas emociones suelen ser efímeras. Hace menos de una hora yo estaba hundido en el fango de la rabia, y ahora estaba tomando su mano o bueno, ella la mía, y caminábamos por un café. Por el camino no hablamos mucho, solo nos mirábamos de vez en cuando y al cruzar la calles, ella apretaba mi mano. El silencio no nos abandonó pero tampoco se tornó incómodo, tal vez a veces lo que hace más ruido es aquello que no se puede escuchar.


-¿Por qué te marchaste?-


Ella tocó mi rostro y sonrió.


-Yo he pasado la noche junto a ti. Pude apreciar aquello que querías mostrarme, pero cuando la noche fue consumida por los rayos del sol, supe que era tiempo de marchar-


Quite la mirada y mire hacia la cafetería, no tenía cómo responder, simplemente quería una respuesta, simplemente quería abandonar la incertidumbre. Algunas personas le huyen a las respuestas, otras las buscan insaciablemente pero cuando las tienen en frente no saben qué hacer, en mi caso creo que no sabía qué hacer con ellas, tal vez por eso lo mejor era apretar su mano, asegurarme de que alguna respuesta viniera acompañada de un adiós.


No tomamos un café, hablamos un poco. Yo fingía que nada había pasado, por lo menos nada malo; en realidad solo estaban pasándome cosas buenas ¡Vaya! hace tiempo que no sentía esto, hace tiempo que no me sentía así. Cuando pasa mucho tiempo desde que te sientas con luz, es normal que titubees, es normal que sientas miedo, pero debes saber manejarlo, a fin de cuentas del triunfo al fracaso solo hay un paso. A mí no me dejaron dar el del fracaso, Elizabeth no lo permitió. Gracias al cielo. Es difícil, ¿Sabes? cuando no se sabe lidiar con estas cosas es probable que no lo aprecies; tal vez el no apreciarlo resulte ser motivo de lamentaciones. Tal vez, a veces uno está tan ocupado que no aprecia las cosas lindas de la vida. La mía la tenía al frente. Allí estaba, sonriéndome. Evitando fotos que yo quería tomarle, haciendo muecas mientras yo la grababa. Tal vez la felicidad a veces es tomarse un café.


Partimos hacia la calle, estaba fría. Caminamos hasta la esquina del supermercado. Ella cogía para la derecha, yo hacia el sur; despedirnos no fue fácil, no para mí. Cuando iba camino a casa recibí un mensaje de ella -Sígueme- Enseguida di la vuelta y ella venía tras de mí; no lo había notado, pero era una presa fácil para un atraco. Era imposible no poder escuchar sus pasos. Pues bien, yo no los había notado. Caminamos hacia su casa. Vivía en un décimo piso. Era un edificio muy antiguo; tal vez con un toque de barroco en su fachada. La entrada era clara, tenía muchas pinturas, tal vez del renacimiento, ni siquiera sé si estos dos estilos siquiera tienen concordancia. Subimos por el ascensor, uno lleno de espejos y terciopelo vinotinto. Una lámpara pequeña colgaba mientras las luces doradas anunciaban el piso en el que íbamos.


-Este edificio tiene más estilo que yo- dije en voz baja.

-Jajaja. No digas tonterías, más bien toma mi mano-


Mis manos estaban congeladas; algunos dicen que soy un amante del frío pero no es así, simplemente me resisto a utilizar guantes. Pues bien, entramos por un hall un poco oscuro, cabe resaltar que no tenía desperdicio, era una auténtica escena del renacimiento (Yo insistiendo con Da vinci) La puerta de su casa era marrón oscura, casi coqueteándole al negro. Cuando entras a esta casa lo primero que ves es un cuadro increíble de una bailarina en la pared principal, te quedas boquiabierto, al menos media unos dos metros. Seguí derecho hacia el cuadro y lo observe, Pase al menos un minuto y medio contemplándolo. Elizabeth me agarro de la mano y me hizo seguirla; había una pequeña repisa con muchas fotografías. Las fotos eran en blanco y negro, yo no lo había notado pero en casi todas, había una niña con un tutú.


-No he cambiado mucho ¿verdad?


Realmente no tenía idea que Elizabeth no solo era un amante del ballet, sino que era bailarina. Cada vez me convenzo más de lo poco que llegó a conocer a las personas, y lo poco que dejo que me conozcan.


-¿Aún bailas?

-Si, por lo menos en mis tiempos libres... No quiero envejecer mi alma como tú-


No supe qué decir. Sonreí con un poco de melancolía y ella lo noto.


El resto de la casa era un pequeño museo. Cada esquina contaba una historia; no había televisor, al parecer entre más sofisticado se es, menos televisores hay. Las paredes eran color carmesí y un piso de madera cubría toda la sala. Las ventanas estaban escondidas por grandes cortinas color vinotinto y la luz era tenue en toda la casa; a todas estas, Elizabeth colocaba música en un tocadiscos antiguo. Estaba desempolvando un vinilo. Afino la aguja y un jazz suave empezó a sonar por el departamento.



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