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La paraboloide de los ojos verdes



Siempre me causó curiosidad la forma de esta catedral, nunca había siquiera intentado investigar sobre ella, no fue hasta hace un par de semanas que decidí buscar acerca de la apariencia de este templo católico, resulta que es un "paraboloide hiperbólico" o silla de montar. A diferencia de algún otro paraboloide, este se construye partiendo de rectas geométricas y entre otras curiosidades, sus términos cuadráticos tienen signo contrario, tú sabes, esto de la ciencia siempre te hace replantear que tan ignorante eres.


Estaba sentado al final de las filas, estaba observando todo desde el perímetro más alejado; el padre dio la bienvenida y entraron aquellos por los cuales se celebraba dicha misa. Yo estaba contemplando los acrílicos que recubren el techo de la catedral, incluso saqué un par de fotos. Es increíble, entre más alejado estés de las cosas mejor se ven, pareciera que en ocasiones debemos dar un paso atrás para contemplar mucho mejor nuestro alrededor.


La misa empezó con normalidad y yo no podía percatarme de las palabras del padre, en realidad era poco lo que le entendía y de hecho no estaba interesado en escucharle, no. Estaba ligeramente exhausto por el calor y ansioso por la multitud, mire de refilón y no podía diferenciar más que a un par de personas entre toda la multitud. Al terminar la misa me quede unos segundo observando como todos se abrazaban, incluso llegue a sentir que alguien me abrazaba pero no, era el calor acogedor de la hermandad, era esa sensación que se vive cuando no puedes solo sonreír. La euforia casi hacía temblar el templo y por poco sentí que lo mejor sería seguir sentado en la última fila, observando aquella maravillosa imagen, aquella energía, aquella alegría.


Mi capacidad de diferenciar las tonalidades y los colores se limita a los colores primarios y a un par de tonos, esos donde el azul no se sabe si es verde y se le llama "Aguamarina". Había al menos cinco tonos por color ¡Vaya! que manías tienen las mujeres a la hora de vestirse. Al menos tres mujeres portaban vestidos muy similares por no decir exactos y sí, es cierto, los diferenciaban pequeños detalles, no muy significativos para mí en lo personal pero como dicen por ahí -"Los pequeños detalles son los que le dan sentido a la vida"-.


Los ojos verdes pintan muy bien con el color rosado pensé, nunca lo había notado, incluso lo ignoraba en mi día a día pero ahí estaba y entonces me detuve a pensar ¡Que mala suerte tienen las mujeres bonitas! Si, tienen una suerte que si bien no es de lo peor, tampoco es una maravilla. Me detuve a mirarla un poco más y afirmaba mientras la veía sin que ella lo notara; intente saludarla vagamente y me aleje para no interferir en su paz. Ya en casa, frente a un escritorio y con vaso de Whisky en la mano recordé aquel pensamiento que llego a mi mente "Que mala suerte tienen las mujeres bonitas"...


Una mujer bonita tiene el poder de hipnotizarte con sus grandes ojos, lo saben y no les molesta hacerlo. En este caso, sus ojos eran verdes y se reflejaban bajo la paraboloide católica, no eran unos ojos muy intenso, solo tenían el tono necesario para olvidar que estábamos a más de veintiocho grados bajo un espejo gigante que por poco nos asaba. Sí, es casi caótico que entre tantas personas unos ojos verdes se robaran la atención de todos, incluso la mía que estaba escondida bajo las espaldas de los menos agraciados, intentando no hacer mucho ruido y caminando sin llamar la atención.


Una mujer bonita tiene que vivir con el peso de las miradas que se roba al caminar, una mujer bonita debe sonreír incluso si en ocasiones quiere llorar, que suerte tenemos los grises, los que siempre jugamos en el filo de la cornisa de la sociedad y en pocas veces causamos que las miradas estén frente a nosotros.


Sí que se le veía bien ese vestido rosado, juraría que estábamos en primavera. Juraría que era la primera flor de Lantana, esa que le da la bienvenida a la estación, esa que le da la bienvenida a la mejor época del año. Era todo un jardín toscano, era toda una maravilla. Sus cabellos dorados nunca dejaron de danzar y aunque todos morían de nervios, solo a ella le levitaba esa media sonrisa que tiene siempre antes de hablar. Tuve la oportunidad de hacerla reír, allí estaba, esa hermosa sonrisa, ahí estaban sus ojos y sus cejas, si, ahí estaba la mala suerte de una mujer bonita. Entre la belleza de la primavera, sus rayos sobre los hombros y esa sonrisa que te convence de lo que sea, lo pude ver... Descubrí que hay más allá de todo eso, vi que esas flores rosadas, esas perlas verdes y esos rayos dorados son solo la bienvenida de algo más. Si, una flor es maravillosa y de hecho olerlas nos cambia el día pero esa belleza nos hace olvidar que vivimos por ellas, que al igual que un árbol o el pino más alto, una flor nos regala oxígeno. No me digas que alguien tiene un jardín con flores porque es consciente de lo importante que son para nuestra vida, no. Ellos solo las tienen porque son hermosas... Igual pasa con ella, es hermosa en todos los aspectos, incluso pudieras vivir enamorado de su sonrisa pero eso no es lo mejor de ella, eso no es ni la punta de su interior, tal vez lo mejor sea taparnos la vista cuando nos hable, tal vez lo mejor sea aplicar mi estrategia, esa de no usar lentes y decidir ser un ciego en la ciudad solo para escucharla reír.


Su sonrisa nunca pasara desapercibida, es genial como sus mejillas se ruborizan y caen sutilmente hasta el mentón. Es genial, de verdad, como su cabello cae más del lado derecho que del izquierdo. Si, ella sabe que es costoso mantenerle la mirada, ella sabe que su tono de piel te traslada, pero hay algo que ella no sabe, algo que ella ignora, algo que no muchos se interesan por ver y que, sin ser la excepción me encontré por casualidad un día bajo el castigo del sol.


Sus ojos son una trampa, son como un desierto, podrías vagar toda la vida por ellos y no habría sitio donde descansar, pero no es nada comparado con lo que vi. Sí, yo he visto más allá de eso, yo he visto lo encantadora que es, su nobleza, su incapacidad de hacerte molestar, por más que lo intentes no creo que sea posible disgustarse con ella. Su sonrisa es una maravilla pero no tiene nada de importante si lo comparas con su capacidad de hacerte feliz. Alguna vez escribí del momento en el que una persona esta jodida, es ese momento en el que pasas de "hacer sonreír a alguien" a "sonreír con ella". En el primero puedes medir que tan humorístico eres, en el segundo tu sonrisa y la ella es la que mide que tan feliz eres... en resumidas cuentas, la mala suerte de una mujer bonita no es que sea bonita, bella o incluso hermosa, no. La mala suerte viene para los demás, para aquellos que se enamoran de su sonrisa y no de las veces que te hace sonreir, para esos que se encantan con sus ojos verdes y no de su mirada. La mala suerte es que difícilmente vas a soltar la lantana de su ser para ir por más. La mala suerte es que yo no te voy a decir lo que vi, no te voy a contar lo que ella tiene y lo maravillosa que es.


La mala suerte es que ella piensa noblemente que es algo normal, que sonreír y ser pura es algo común pero no es así. Que mala suerte para ella y que mala suerte para quienes la tienen cerca. Mientras tanto yo mirare de lejos, la observare y tal vez me gane alguna sonrisa por parte de ella. Tal vez vi muy poco, tal vez la culpa es de mi reloj que siempre me regala horas donde quisiera tener días. Seguiré mi camino, sin mucho ruido, sin mucho alboroto. Siempre en contra del tiempo, siempre pensando en la paraboloide de sus ojos verdes.


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